Conocemos bien los cuentos de Hans Christian Andersen y este título bien pudiera pertenecer a uno de ellos.
Por ende, quisiera proponer un juego.
Armemos unos dossiers anónimos como los que presentan en las galerías jóvenes artistas. En el primero, podríamos incluir imágenes de las obras expuestas por Damien Hirst en sus dos últimas muestras en el Palazzo Grazzi y en la Punta de la Dogana (ambas espectaculares salas concebidas por Tadeo Ando, pertenecientes a la Fundación François Pinault en Venecia). Pocas piezas del gran conjunto de “Los Tesoros de un Naufragio de lo Increíble” como se intitula la muestra, logran pasar el juicio del más laxo.
Sin desmeritar el colosal proyecto, la esforzada e impecable producción y la costosísima ejecución, invertidos por Hirst y patrocinadores, me pregunto si Pinault, un coleccionista tan versado, a lo largo del tiempo que acusan demoró su desarrollo, aprobara esta “producción”.
Obviamente la certeza de venta prima para el hombre de negocios.
El mismo ejercicio aplicado a un sinnúmero de Dossiers de algunos artistas que han logrado posicionarse entre los más cotizados, arrojaría resultados similares al ser expuestos bajo otro nombre. Contrariamente a estos ejemplos, tanto talento se queda rezagado. El tinglado del comercio montado alrededor del arte es complejo y difícil de desenmarañar. Al fin y al cabo, los que ejercen en el vasto mundo artístico quieren destacarse como profesionales pero cargan un lastre inherente a su oficio: la fama.
Si bien es de interés conformar colecciones con artistas establecidos y querer mantener su valor o aún aumentarlo, como me gustaría que la escogencia de estos mismos sea más consiente, más personal y ciertamente más visceral.